English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

viernes, 13 de julio de 2012

Alessandro Del Piero - Un capitán indescriptible


Érase una vez un hombre que se tatuó la camiseta de su club para no tener que volver a quitársela nunca. No se le ocurrió mejor manera de mostrar el amor incondicional que sentía por su equipo. Y escogió para portar, sin dudar ni por un segundo, aquella camiseta blanca y negra que le seguiría y le marcaría toda la vida. Lo supo siempre. Ser capitán de la Juventus de Turín era el lugar que le había sido otorgado por gracia divina desde que tuvo que caminar por primera vez, sin que entonces tuviera la certeza, aquellos 77 kilómetros que separan San Vedimiano de Padova, lugares de donde venía y donde fue a pasar los diez primeros años de su vida, respectivamente. Aquella casaca que llevaría marcada en la piel ya le estaba destinada. Era un acto de Dios. Inevitable.

Tenía apenas 18 años cuando llegó al equipó que le marcaría el cuerpo con sus colores. Llegó al Stadio Delle Alpi, proveniente del Padova, cuando corría el año de 1993. Jugó su primer partido contra el Parma marcando un hat-trick. Y desde ese momento, deslumbrado ante la majestuosidad de aquella bandera y el porte principesco de aquel añejo escudo, quizo quedarse para siempre. Y fue que se decidió por aquella pequeña pero distintiva, muestra de lealtad, y se hizo el tatuaje.

Gianni Agnelli, ex presidente de los Bianconeri, le apodó Il Pinturicchio, como aquel pintor renacentista y sabiéndolo aprendiz de Rafael, transformó al hombre del tatuaje en el aprendiz y a Roberto Baggio, en su maestro.

Y sucedió entonces que su equipo se vio envuelto en el escándalo y el dedo acusador de la corrupción les señaló. Aquellas llamadas para arreglar arbitrajes favorables. Desconcierto. La institución sucumbió ante las acusaciones. Y si bien el equipo fue herido de gravedad y les fueron confiscados algunos honores, se decidió dejar partir a los jugadores que nada tenían que ver con aquella desgracia. Se les abrió la puerta y se les instó a partir. Les otorgaban una única oportunidad de salvar su carrera, su prestigio, y todo lo poco que les quedaba. Pero el hombre del tatuaje se sintió ofendido por aquella insinuación. Era una especie de traición inconcebible. No podía partir. Era un hombre de palabra. Un hombre de honor. Y decidió seguir con el equipo, su equipo, tan conmovido que respondió con insolencia "a una señora no se le abandona nunca". Un caballero.

Si bien con el orgullo roto y arrancados los scudettos ganados en 2005 y 2006, con la cabeza en alto jugó un año en segunda división al lado de los compañeros que decidieron descender juntos y emprender la ardua tarea de rehacer el prestigio lastimado de la institución. Fue un acto de heroísmo y lealtad nunca visto. Inusitado. Maravilloso. Que nunca olvidaremos. Y que agradecimos infinitamente aquellos que impotentes y rabiosos veíamos desmoronarse injustamente aquel equipo grandioso.

Su carrera llegó a la cúspide coronándose campeón del mundo en 2006, cuando, portando el escudo de Italia en la casaca, anotó el segundo gol a Alemania en la semifinal y posteriormente marco en la ronda de penaltis para su selección en la final contra Francia. Un paréntesis. Su corazón siempre Bianconeri.

Saltando en el tiempo y dejando de lado acontecimientos no menos importantes, llegó la temporada 2011/12. Y fue entonces que el hombre del tatuaje se dio cuenta de que la casaca blanca y negra que antaño había marcado en su piel, se le desvanecía. El tatuaje se hacía traslucido, invisible. Y se sintió triste e impotente ante aquellos colores diluidos. Se sintió abandonado porque su equipo amenazó con venderle y sacarle de aquel lugar al que adoraba. Y se vio relegado por Antonio Conte, antaño compañero y ahora entrenador. Pensó que cometerían un descaro, un agravio impensable al no renovarle ya. Se ensombreció su semblante al pensar que no estaría más en aquel club al que le había entregado la vida entera. Se conmovió hasta la medula al pensar que dejaría aquel estadio, su casa, su hogar, su todo, para jugar en otro lugar que no significaba nada para él. Y aquella institución no podía hacerle semejante desplante. Era un ultraje.

Tras 703 partidos jugados y 289 goles, el 4 veces Capocannoniere decidió entonces marcharse por la puerta grande. Como capitán del equipo que le hizo ídolo, portando esos colores y ese escudo, que le hacían sentir tan orgulloso. De ese equipo que, si bien él no lo imaginaba en ese momento y aún hoy sigue sin creerlo, al paso de los años le hará perpetuo en la memoria de las personas que como él, amamos a la Juve con ardor. Y una noche bañada de estrellas incandescentes, en este el nuevo estadio también de estrellas, y tras presentarse en liga con el distintivo de capitán por última vez, coronado campeón, frente a su gente,  bañado en lágrimas, se estremeció. Sabía que faltaba el partido de la copa contra el Napoli, ese que hoy dejó un sabor amargo en su despedida, pero sabía también, que en el fondo, era sólo un trámite. Porque fue en el juego contra el Atalanta que se dio cuenta de que había cumplido su destino. Y notó que aquel tatuaje que se había hecho hacia 19 años, con la convicción de entregarse en cuerpo y espíritu a aquel equipo, terminaba de borrarse, dejando intacto su torso, y sólo entonces supo que había cumplido su destino. Y fue que aquel tatuaje finalmente le traspasó la piel para quedar grabado por siempre en su alma. Y en lo más profundo de su corazón. No había amado tanto a su equipo como en ese momento.

Nunca dejará de ser un Bianconeri. No cometería semejante acto desleal. No él. Nunca él, que había hecho una promesa tanto tiempo atrás, cuando se grabó aquel tatuaje. Se marcha, si, pero vivirá por siempre en la memoria indisoluble de los tifosi de la Juventus. Siempre será él aquella tercera estrella ganada en esta temporada. Y aunque porte la casaca de cualquier otro club del mundo por tiempo indeterminable, para la Juve siempre será el Capitano. Aunque de vuelta a la página.

En su último partido de liga Alessandro Del Piero no pudo contener las lágrimas. Yo tampoco. Dijo el escritor estadounidense Washington Irving que "hay algo sagrado en las lágrimas. No son señal de debilidad sino de poder. Son las mensajeras de una pena abrumadora y de un amor indescriptible". Gracias Del Piero. Hasta siempre Capitano. Serás eterno por siempre.

Comparte esta noticia

votar

0 comentarios:

Publicar un comentario

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More

 
Diseñado por Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Premium Wordpress Themes