Hace exactamente 23 años en Hillsborough, uno de los santuarios del deporte y el fútbol inglés surgido de la maravillosa imaginación de un arquitecto escocés llamado Archibald Leitch (que no proyectaba estadios, sino que levantaba monumentos al fútbol cada vez que sacaba a pasear su creatividad) aconteció una de las mayores tragedias de la historia del fútbol. Uno de aquellos luctuosos sucesos que con un pago excesivamente sangriento hizo cambiar profundamente la relación de la grada, el aficionado con el fútbol y el terreno de juego, desterrando para siempre aquellas mortales vallas que convertían los míticos escenarios del fútbol en ratoneras y trampas mortales que se cobraron un alto precio en vidas humanas.
Sábado 15 de abril de 1989, la ciudad de Sheffield se preparaba para acoger en su mítico estadio de Hillsborough, (escenario elegido por la Federación Inglesa) una apasionante semifinal de Copa entre Liverpool y Nottingham Forest. En Hillsborough, 25.000 personas comprobaron desgraciadamente en carne propia, que aquel mítico pero viejo escenario construido en 1899 entre las pequeñas arterias urbanas de una ciudad industrial, no presentaba las condiciones mínimas de seguridad para una época y una concepción del fútbol como rito tribal que para entonces escenificó su tenebroso fin.
Todo parecía transcurrir en los cauces de normalidad, aunque en la grada que acogía a los aficionados de Reds, la tribuna oeste de Hillsborough, conocida como Leppings Lane, se observaba una preocupante y excesiva aglomeración de personas. El partido dio comienzo con normalidad pero el bullicio fue in crescendo paulatinamente hasta que el colegiado se vio obligado a detener el encuentro en el minuto siete. Aquella tribuna oeste en la que se ubicaban los aficionados del Liverpool se desbordó por completo, pues había demasiadas personas aglomeradas sin una escapatoria real, con vallas que convirtieron en una jaula aquella grada y barras de hierro horizontales que dejaron si aire a una impotente y aterrada afición.
Una circunstancia que provocó numerosas avalanchas dejando imágenes que medio mundo contempló consternado por la magnitud de la tragedia. En el terreno de juego los futbolistas comenzaban a calibrar la gravedad de la situación, mientras los aterrados aficionados del Liverpool llegaban exánimes hacia el césped, el lugar más seguro para huir del horror. Diez mil personas ocupaban aquella tribuna y los segundos contabilizaron por horas ante la impotencia de no poder evitar la masacre. La imagen de los hinchas intentando acceder a la grada superior, quedaron grabadas en la crónica negra de la historia del fútbol como de un tiempo en el que se falló gravemente en lo referente a cuestiones de seguridad en los recintos deportivos.
La BBC tuvo que hacer un alto en su programación para contar el mayor desastre de la historia del fútbol británico. Un desastre que puso de manifiesto las tremendas irregularidades cometidas en aquel fatídico día, pues solo siete puertas de acceso y salida constituyeron la única vía de escape de aquellas diez mil personas, que accedieron al estadio en masa debido en gran parte a que el que el control de la policía no fue todo lo riguroso que podría haber sido. El superintendente Duckenfield dio la orden para abrir una de las puertas con objeto de paliar aquella escalada de pisotones, aplastamientos e histeria colectiva, pero no así las portezuelas que daban acceso desde las vallas al terreno de juego. En aquellos fatídicos segundos de decisión e indecisión, erróneamente valoraron que en el orden de prioridades pesaba más evitar la invasión del terreno de juego que la vida de aquellas personas.
Aunque los estudios posteriores revelaron que en las vallas radicó el problema fundamental, los afectados aun siguen defendiendo como una de las causas la incompetencia policial. Por ello el Gobierno de Margaret Tatcher actuó con contundencia y llevó a cabo una remodelación radical del fútbol inglés. El juez Peter Taylor fue designado para investigar y tomar unas medidas conocidas como la “Football Spectators Act” y el “Informe Taylor”, encaminadas a erradicar el fenómeno del “hooliganismo” y que trajeron consigo nuevos estadios y más seguridad. Pero sobretodo y como dije al comienzo, un cambio de mentalidad en el aficionado, que produjo y dio como resultado una relación diametralmente distinta de este con el fútbol y los recintos deportivos.
En los alrededores de Anfield, hoy, 23 años después, los ramos de flores salpican de tristes recuerdos un mural que rememora las dolorosas sensaciones de aquella maldita tarde. Uno por uno, los nombres de aquellas 96 víctimas inocentes, siguen siendo una pesada losa para el fútbol y una afición que sigue herida en lo más profundo del recuerdo y su corazón. No hay un solo aficionado red que pase por el citado lugar sin acercar su mano por aquel mural, todos parecen tener un amigo, un familiar entre aquellos nombres. Y en cierto modo es así, pues la afición del Liverpool además de poseer gran sensibilidad y memoria histórica, siempre viajó por sus aciertos, errores, sus tristezas y alegrías, unida como una gran familia.
Muchos como Steven Gerrard, icono y bandera del actual Liverpool FC, encuentra buena parte de su inspiración, su motivación, en honrar la memoria de su primo, que perdió la vida a la edad de diez años en aquel fatal accidente. Otros como Kenny Dalglish, decidieron retirarse definitivamente tras vivir en Hillsborough su segunda y mayor pesadilla. Aquel recuerdo golpeó a todos y cada uno de los futbolistas que contemplaron la masacre, ambas plantillas se vieron profundamente golpeadas anímicamente y aun a día de hoy, en el retiro del olvido que produce el transitar del tiempo, sigue constituyendo un doloroso recoveco en el archivo temporal de sus recuerdos. Recuerdos que permanecen vívidos en la memoria de aquellos que un sábado en una fatídica tarde primaveral de abril perdieron a sus seres queridos. Aquellos que como Trevor Hicks, presidente del Grupo de Ayuda Familiar Hillsborough, que perdió a Sarah y Victoria, (sus dos hijas) en el luctuoso suceso, han luchado denodadamente desde entonces para aclarar los hechos y que no volviera a suceder.
Y por ello, ahora que se cumplen 23 años desde aquel día negro en el que fútbol inglés cambió para siempre, quisimos hacer este pequeño recuerdo y sobretodo nuestro homenaje a aquellos 96 nombres que dibujan la desgracia en uno de los míticos muros de Anfield.
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