Lo primero que hay que admitir es que es una hipótesis muy remota y que no hay constancia de que en la Juve la hayan tomado en consideración. Al menos no todavía. Lippi dijo que “si hiciese falta”, si se lo pidiesen, “echaría una mano” a la Juventus. Que le gustaría que ese momento no llegase “porque significaría que las cosas van bien”. El problema es que la directiva ha decidido prácticamente que Del Neri no vale para devolver la gloria a la Juventus y en la búsqueda de un sucesor las cosas no van bien. Spalletti y Capello no quieren (ni pueden) desprenderse de sus actuales puestos, Mancini, el tercero en la línea sucesoria, pide mucho para dejar el lujo árabe del City, Villas-Boas se ha autodescartado y Deschamps parece que quiere continuar en el Marsella.
Eso sí, sólo parece, porque en Francia se ha hablado en los últimos días del interés del OM por contratar a Mauricio Pocchetino, entrenador que acaba de ampliar su contrato con el Espanyol de Barcelona. De todos modos, los últimos rumores apuntan a un duelo entre Conti y Mazzarri, con ventaja para el ex capitán. Campeones de nada, incapaces de crear un grupo ni de mantener un éxito sostenido y prolongado en el mismo club. Es decir, que Lippi hace falta.
Porque lo que necesita la Juventus es construir un equipo. Recimentar las bases, conformar una mentalidad y una identidad ganadoras con estabilidad. Volver a sentirse grandes, capaces y, sobre todo, adquirir los fundamentos para hacerlo. Para lograrlo, se necesita un entrenador capacitado y contrastado, que sepa dominar situaciones complicadas y aplicar al grupo los conceptos necesarios para volver a sentirse fuerte y poder ganar. En 1991, tras el fracaso que supuso la experiencia con Gigi Maifredi (que llegó a la Juventus tras clasificar al Bologna para la Uefa), Vittorio Chiusano llamó a Giovanni Trapattoni, que en la Juventus ya había ganado todo (siete scudetti y una Champions, entre muchos otros), para refundar los pilares básicos del club tras un año que había destruido el prestigio y el carácter del club. Entonces, con un entrenador experto, la Juve valorizó los jugadores que tenía (Tacconi, Carrera, Conte, Casiraghi, Baggio…) y, aunque con Trapattoni sólo consiguió ganar una Uefa, ensalzó de nuevo el estilo de la Juve y creó una base sólida que, justo después, triunfaría. El relevo de Trapattoni lo cogió justamente un joven Marcello Lippi, que guiaba su primer gran club tras clasificar para Europa al Napoli y que en la Juve inauguró un nuevo quinquenio dorado: tres scudetti, una copa, dos supercopas, una Champions, una Supercopa europea y una Intercontinental fue el palmarés de un equipo que jugó otras dos finales de la Champions League. En su vuelta al club, después de otro experimento frustrado con Carlo Ancelotti, Lippi es protagonista de nuevo de una fuga de estrellas del equipo, pero con los fichajes de Buffon, Thuram y Nedved logra construir un equipo que volvería a ganar cuatro títulos nacionales y que jugó otra final de Champions.
Los equipos que han construido algunas de las épocas más gloriosas de la historia del club bajo la batuta de Lippi han sido siempre fieles a la idiosincrasia juventina. Con la fuerza del grupo por delante por encima de la de cualquier jugador. Así, Lippi siempre consiguió convertir en estrellas a jugadores como Di Livio primero o Tudor después, que pese a tener un nivel más modesto, jamás desentonaron en un equipo lleno de campeones. Con él, Del Piero hizo de Baggio un jugador prescindible, Zambrotta podrá pasar a la posteridad del club junto a otros como Sousa, Tacchinardi, Pessotto, Birindelli, Nedved, Camoranesi o el propio Legrottaglie. Lippi tiene ese magnetismo que arrastra a los jugadores hasta las últimas consecuencias de una idea finalmente asimilada. Para él, la pelota tiene una importancia relativa; que la tenga el rival forma parte del juego de su equipo. Los movimientos sin balón, tan importantes en la Serie A, son un abc para él, tanto en el aspecto defensivo como en el ofensivo. A lo largo de su carrera hemos comprobado la variedad de recursos tácticos que posee. A partir de una defensa de cuatro inamovible (aunque recientemente dijo que en el Mundial quiso jugar con tres centrales), plantea los diferentes escenarios en función de los jugadores a disposición.
En la Juve triunfó primero con el 4-3-3 y luego con el 4-3-1-2 y en Italia ganó el Mundial con un equipo camaleónico, con base de 4-2-3-1, que jugaba a menudo con tres delanteros o tres centrocampistas, a conveniencia. En el último Mundial puso en práctica un 4-3-2-1, con tres delanteros en muchos momentos, que a la Juve se adaptaría a la perfección. Con él, posiblemente, Montolivo tendría prioridad sobre el rescate de Aquilani, porque en Italia lo ha considerado una pieza clave. Aunque no habría que perder la pista de Pirlo, uno de sus fedelissimi. Melo podría tener un papel de nuevo relevante, de más provecho, como en su día Conte y Marchisio, por el que Lippi enloquece, desarrollaría mejor ese juego “alla Tardelli” con el que ha destacado en su mejor momento. Arriba, al lado de Matri (y Toni, otro muy respetado por Lippi) y Krasic (en una mezcla de los roles que cubrieron Nedved y Camoranesi), podría jugar Giuseppe Rossi. Lippi le probó en esa posición en la Copa Confederaciones de 2009 y es un entrenador que prefiere hacer un grupo con jugadores nacionales. Sabe que así hay más unión, mejor compenetración. Esa idea casa con la de la Juventus, que ayer alineó a nueve italianos de inicio (Lippi podría, además, revitalizar a Grosso, por ejemplo) y que pretende volver a la cima del fútbol europeo así. Para eso hace falta llevar a cabo la reconstrucción anteriormente mencionada. Hace falta carácter, una idea firme. Un entrenador de concepto y no uno de sistemas. El de Lippi es un credo claro y recto y ha demostrado, dos veces, que sirve para construir grandes equipos que crean grandes victorias.
0 comentarios:
Publicar un comentario