El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y en Sudámerica siempre ganan los uruguayos. A los charrúas merece tomárselos en serio a medida que avanzan los torneos porque crecen exponencialmente según van eliminando rivales. Por oficio, historia, competitividad, por peso de la camiseta ... Uruguay jugará la final de la Copa América en Monumental, como en el 87. Después de eliminar a Argentina, como en el 87. Sólo le falta ganarla, como en el 87. Y si lo hace, será, con 15 títulos, la selección más laureada de Sudámerica.
Perú salió a no perder el sitio, a no desordenarse. Pero defiende lejos de sus delanteros, especialmente de Vargas. Y eso provoca que el equipo contrario tenga tiempo para replegarse y armarse atrás. Sólo una vez sorprendieron a la zaga charrúa, con una comba dibujada desde la izquierda por Vargas que Guerrero y Advíncula no remataron en el área pequeña por centímetros. Por lo demás, mucho fuego de artificio con el bullicioso Advíncula, que nunca elige bien el centro. Y si lo hace, la ejecución es desastrosa. Uruguay, canchera. Lugano subido a la chepa de Vargas y los pitbulls (Arévalo Ríos y Gargano) sueltos por el mediocampo. Mal Luis Suárez, crispado desde el primer momento. Fuera del partido, especialmente en las jugadas en las que suele ser determinante, ante la portería rival. Tuvo un par de ocasiones en las que eligió mal, algo raro en él. Por lo demás, los charrúas trabaron el partido y atacaron con balones parados en faltas desde cualquier punto del campo. El empate del descanso ofrecía muchas lecturas. Ninguna tranquilizadora, especialmente para Perú. Estaba a una cuchillada del desastre.
Perú parecía dominar la situación, pero en una jugada aislada Forlán robó un balón, recortó y a bola le quedó en el perfil de la pierna izquierda, con la que sacó un zapatazo que Fernández rechazó deficientemente y Suárez clavó en la red. Cinco minutos después, con Perú sonado aún, un pase al espacio de Pereira fue recogido por Luis Suárez, quien regateó al portero y marcó a placer. El del Liverpool había salido centrado en esta segunda parte, y su equipo lo agradecía. El oficio de los charrúas mató el partido. El oficio de Suárez en los goles y el de Lugano, que desquició a Vargas, quien agredió a Cuates. Media tarjeta corría por cuenta del capitán charrúa. Cuando uno va, ellos vuelven. Han jugado mil veces los partidos y lo han perdido las suficientes como para saber cómo jugar para no volver hacerlo. Eso es cosa de Tabárez, que como Markarián, convierte peones en alfiles. Perú se marcha con la sensación de que algo ha cambiado en la cabeza de sus jugadores. Al buen pie histórico de su fútbol, se suma un grado más de consistencia. Y de eso tiene culpa un uruguayo. Lástima que ayer hubiera enfrente otros once. Uruguay está en la final. Y nadie duda que ha llegado hasta aquí para ganarla. Uruguay, el viejo oficio de ganar.
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